NAVEGANDO EL PARAÍSO DE LOS GUNAS

Por unos minutos escapa de la realidad con este artículo que detalla la exótica experiencia de viajar navegando desde Panamá a Colombia entre las islas de San Blas  

EL archipiélago de San Blas o Guna Yala se compone de 365 islas que pertenecen a la comarca indígena de Panamá, habitada por la etnia Guna. Actualmente, las Comarcas tienen una organización político-administrativa distinta e independiente a la de los Distritos y Corregimientos del país Panameño, rigiéndose según las instituciones especiales propias. Una de las instituciones es el consentimiento de los pueblos indígenas en los proyectos que pretendan desarrollarse en sus territorios. Por esta razón, conocer las islas de San Blas es un panorama increíble, no solo por la belleza de sus vírgenes playas de arena blanca y aguas transparentes, sino no más bien la belleza cultural que puede vivirse de cerca simplemente observando y compartiendo la vida comunitaria de los Gunas junto a su arte, costumbres y tradiciones.

Existen viajes al archipiélago para todos los gustos y tiempos de cada viajero. Hay viajes por el día, tres días o cinco días cruzando hasta Cartagena de Indias en Colombia. Nosotros elegimos la de cinco días con destino a Colombia, atravesando el archipiélago de San Blas.

A través de bluesailing.net puedes elegir tu embarcación. Por recomendación de otros viajeros elegimos el velero llamado «La Gitanita» (¡y no nos equivocamos!), el cual nos llevó hasta Cartagena de Indias, Colombia en cinco días con un costo de 550 USD.

La salida

Todo comenzó un día martes a las 10 de la mañana desde la marina Linton Bay que se encuentra a un kilómetro del pueblo Puerto Lindo, ubicado en el caribe Panameño y a dos hrs aproximadamente de la Ciudad de Panamá. Recomendamos dormir la noche anterior en Puerto Lindo o en Portobello y el día de partida tomar un taxi a la marina. Así lo hicimos nosotros y a las 9:30 de la mañana estábamos en Linton Bay. La Gitanita estuvo lista para llevarnos a una de las aventuras más increíble de nuestras vidas y cariñosamente salió César, el capitán, quien nos recibió y mostró el barco por dentro. Compuesto de tres habitaciones privadas dobles con su propio baño y dos compartidas para tres personas cada una, se convierte en el espacio perfecto para un grupo entusiasta de viajeros. En total fuimos 12 personas compartiendo en la Gitanita, además del capitán Cesar y los dos marineros; Ed y Memo.

¿Donde dormir?

Como parte de la aventura debíamos elegir nuestra habitación, que obviamente sería una de las tres privadas, pero el dilema era cual elegir, si la de la parte posterior (popa) del barco o la punta (proa). Dormir en la parte trasera significaba escuchar el motor constantemente, mientras que por delante sería sentir el movimiento del oleaje. Hicimos un pequeño análisis y ambos votamos por el motor ante la posibilidad del mareo, así que nos instalamos felizmente en la habitación de atrás. Comenzaron a llegar todos los pasajeros, provenientes de; Francia, Alemania, Suiza, Suecia, Estados Unidos, Croacia y Chile obviamente. Con todos acomodados en cubierta comenzamos a intercambiar nombres, país de procedencia, tiempo en viaje, etc. Todos con una historia que contar, se escuchaba el inglés, español y francés de una equina a otra mientras las velas comenzaban a izarse.

Sin más, ya nos enfrentábamos al mar caribe, nuestras caras de emoción no las podíamos esconder, ¡estábamos navegando y esto estaba recién comenzando. A los 15 minutos de salir, el mar nos comenzó a mostrar su agresividad, La Gitanita recibía las olas por todos sus contornos y nosotros intentábamos mantenernos en pie, Ed y Memo nos ofrecen desayuno desde el interior del barco donde los veíamos hacer malabares para servir la comida (yogurt, cereales, fruta, entre otros). La mayoría come lentamente para no estorbar al estómago que estaba muy ocupado intentando sobrellevar esta nueva sensación de múltiples movimientos y completamente desconocida.

Fotografía: Guido Wiessmann

Fueron seis horas de navegación hasta la primera isla, la Isla Chichimé, durante las cuales el barco se dividió en dos grupos, aquellos afectados por el mareo buscando la mejor posición para no vomitar y aquellos sin problemas estomacales que conversaban en cubierta y disfrutaban del paisaje marítimo. Nosotros dos nos repartimos entre el primer y segundo grupo. Ed nos preparó una exquisita sopa de lentejas con verduras y mientras comíamos comenzábamos a ver tierra a lo lejos, ¡Aleluya!, el agua calma ya estaba cerca pensaba yo.

Fotografía: Guido Wiessmann

Cuando la isla Chichimé se hizo evidente todos comenzaron a salir a cubierta y sacar las cámaras fotográficas porque los paisajes comenzaban a ser de ensueño. Una vez cruzando las paredes de arrecife el agua se volvía de múltiples azules, verdes y turquesas, las palmeras sobre arena blanca de la isla Chichimé nos llamaban a pisar tierra. El capitán realizó un par de maniobras, los marineros lanzan el ancla y ahí estábamos, un total silencio y calma, ya podíamos movernos sin problemas en el barco y todos nos preparamos para lanzarnos al agua e ir a explorar lo que había en su profundidad y nadar a la isla para explorarla tal cual fuésemos los descubridores. La tripulación nos entregó nuestro equipo de esnórkel y nos lanzamos a nuestra primera experiencia en este increíble paraíso cuidado por los Gunas.

Fotografía: Guido Wiessmann

Fueron cuatro días de aventura, donde cada día pisábamos la arena blanca de dos islas diferentes. La vida bajo las aguas cristalinas eran para no creer, mantarayas, serpientes marinas, langostas, estrellas de mar, delfines y peces de múltiples colores habitan las aguas que rodeaban a La Gitanita. Pudimos conversar con una familia Guna donde parecía normal vivir hasta los 100 años. Las vestimentas de fuertes colores llamaban la atención y la sabiduría de niños de corta edad con respecto a sus tierras era conmovedora. Se respiraba alegría, vida simple y amor por el lugar que solo era habitado por ellos.

Fotografía: Constanza Salgado

La comida en La Gitanita era de hotel cinco estrellas, comimos platos realmente increíbles, y lo que pescábamos se iba a la parrilla. El último día finalizamos con una fiesta de langostas inmensas otorgadas por los Gunas.

Cuatro días sin señal telefónica, simplemente compartiendo en nuestra embarcación y disfrutando del patio acuático que cambiaba constantemente. Despertábamos temprano con energía para explorar, construimos grandes amistades y se compartían anécdotas. El capitán y marineros nos entretenían al final del día con las historias mas increíbles de navegación mientras compartíamos una copa de vino o cervezas contemplando el atardecer.

Fotografía: Constanza Salgado

Ninguno quería que finalizará la aventura e intentábamos atesorar cada momento en recuerdos y fotografías, el cuarto día lo aprovechamos de principio a fin y luego de disfrutar nuestra última comida en tierras Gunas se izaron las velas y nos preparamos para comenzar la navegación de 35 horas aproximadamente, quizás para muchos la más larga de nuestras vidas.

Fotografía: Constanza Salgado

Lo que sucedió durante estas 35 horas fue interesante, todos vivimos nuestra propia navegación de forma casi personal. Algunos en cubierta conversando, otros durmiendo la mayor parte del tiempo, otros escuchando música; comíamos liviano para no molestar a nuestro estómago, disfrutábamos y nos asombrábamos por el oleaje que muchas veces nos hacía cerrar cubierta para no mojarnos y otras veces nos sorprendía empapándonos.

Fotografía: Constanza Salgado

Finalmente, las 35 horas pasaron sin mucha novedad y Cartagena de Indias se levantó drásticamente a través de sus edificaciones. Para todos, estos cinco días habían sido una eternidad y estar en las aguas que orillan la inmensa ciudad de Cartagena de Indias se sentía extraño. Pisamos tierra firme en la marina para ir por una ducha y todos, sin excepción alguna, terminamos sujetándonos de las paredes de la ducha como si estuviésemos en el barco. Al parecer a nuestro cuerpo le tomaría un tiempo acostumbrarse nuevamente a la quietud, fueron exactamente dos días. El capitán nos contaba que luego de un año navegando sin pisar tierra, demoró dos meses en acostumbrarse a caminar en tierra firme, luego de su historia todos nos conformamos con la sensación que tendríamos por tan solo dos días. Dormimos esa última noche en La Gitanita estacionada en la marina y al siguiente día nos despedimos de la aventura y de nuestros nuevos amigos. Por supuesto todos se quedarían algunos días en Cartagena por lo que los planes siguieron por toda una semana.